El milagro de Berna

David contra Goliat: así podría cifrarse el duelo definitivo del 4 de julio de 1954. El acceso a la final de los alemanes ya había representado todo un hito incluso antes del pitido inicial.

Después de haber disputado en 1950 su primer partido internacional tras la Segunda Guerra Mundial, la escuadra teutona participaba por tercera vez en su historia en un campeonato del mundo.

Cuatro victorias, sobre Turquía (4-1 y 7-2), Yugoslavia (2-0) y Austria (6-1), así como la más que previsible derrota contra Hungría (3-8), le valieron el pase a la última cita del certamen.

Para Hungría, las cosas pintaban de un color muy distinto. Habían viajado a Suiza con la cabeza muy alta, y con razón: no habían perdido desde el 14 de mayo de 1950.

En su itinerario hasta la final, los magiares no perdonaron, y en la fase de grupos golearon no sólo a Turquía (7-0), sino también a su posterior adversario en la final, la República Federal de Alemania (8-3).

Ferenc Puskás y compañía superaron también sin problemas sus obstáculos de cuartos contra Brasil (4-2) y de semifinales contra Uruguay (4-2, tras la prórroga).

El triunfo en la Copa Mundial del legendario «once de oro» en la pugna por el trofeo Jules Rimet tan sólo parecía una formalidad. Tanto es así que la embajada húngara en Suiza había organizado ya para el día siguiente de la final una gran recepción en honor de los jugadores y había invitado a personalidades y periodistas.

En Hungría, ya se habían impreso sellos especiales, y en el estadio Nep de Budapest ya se habían colocado los pedestales para 17 estatuas de tamaño superior al natural. Nadie podía figurarse que el equipo nacional no se coronaría campeón. Pero todo sucedió de manera muy distinta…

En medio de una fuerte lluvia, los primeros minutos no hicieron sino confirmar fehacientemente el optimismo de los húngaros y anunciaron un prematuro debacle de los hombres de Herberger.

En el minuto 6, el formidable Puskás adelantó a los suyos en el marcador con un disparo desde larga distancia. Sólo dos minutos después, Zoltan Czibor aprovechó un error de la defensa alemana para doblar la ventaja a 2-0.

El guardameta germano Toni Turek no pudo atrapar bien una cesión de Werner Kohlmeyer y el extremo magiar se adueñó del balón, regateó a Kohlmeyer y clavó el esférico en la red.

Años después, Fritz Walter desveló en su biografía el grado de cohesión del que hizo gala el entramado alemán en aquellos momentos: «Todos nos miramos consternados, pero no hubo ni una palabra de reproche, ni para Kohli ni tampoco para Toni. Mientras el balón era conducido al centro del campo para sacar de centro, Max Morlock intentó dar un volantazo a la situación. ‘No pasa nada’, gritó, y Ottmar [Walter], que no había perdido la esperanza, le respaldó: ‘Fritz [Walter], sigamos, aún podemos lograrlo'».

En realidad, la respuesta de los alemanes no se hizo esperar mucho. Poco después Rahn irrumpió por la banda derecha y disparó. Su tiro fue desviado por Bozsik, y Max Morlock se lanzó al suelo con los pies por delante para batir al guardameta Grosics con la punta de la bota. Era el 2-1, un gol que acortaba distancias a falta de 80 minutos por disputarse.

Con ese zarpazo, los alemanes recuperaron la fe en sus propias fuerzas, que pronto se vería recompensada. Un saque de esquina a cargo del capitán Walter sobrevoló por encima de toda la defensa húngara y fue a parar a los pies de Rahn, bien plantado en su puesto, que remató con la derecha el 2-2 (minuto 18). Acto seguido, la concurrencia asistió a un toma y daca constante.

La lluvia había ido ablandando cada vez más el campo, lo cual constituía una ventaja para los combativos y correosos alemanes. De ahí surgió la frase que aún hoy en día se sigue utilizando en Alemania, «hace un tiempo Fritz Walter», cuando llueve a cántaros y el campo está mojado y pesado.

Pero volvamos al partido: «Señores, es grandioso lo que han logrado hacer hasta ahora. En la segunda mitad, no hay que ceder ni un milímetro de terreno», arengó el seleccionador a su equipo en el descanso como guía para el camino que faltaba por recorrer.

Los húngaros regresaron de los vestuarios con furia y, nada más empezar la segunda parte, desplegaron un juego pujante y peligrosísimo. Josef Posipal y Kohlmeyer tuvieron que rescatar dos veces a su portero Turek, ya batido, y despejar el esférico sobre la misma línea de meta.

Los dos delanteros magiares, Puskás y Czibor, así como el centrocampista Nandor Hidegkuti creaban peligro minuto a minuto en el área rival, pero los teutones luchaban a brazo partido casi hasta el agotamiento y se abalanzaban con bravura para neutralizar cualquier disparo.

En el minuto 84 llegó el clímax, que el locutor de radio Zimmermann relató con las siguientes palabras: «Ahora Alemania avanza por la banda izquierda por mediación de Schäfer. El pase de Schäfer a Morlock es despejado por los húngaros. Y Bozsik, una vez más Bozsik, el carrilero derecho de Hungría, se hace con el balón…

Pero esta vez lo pierde, ante Schäfer. Schäfer centra, despejan de cabeza, Rahn debería disparar desde atrás, ¡Rahn dispara! ¡Gooool! ¡Gooool! ¡3-2 para Alemania!».

Segundos después, el cuero volvió a sacudir las mallas, pero esta vez en la otra portería. Sin embargo, el árbitro inglés William Ling anuló el gol de Puskás por fuera de juego.

Cerca de 60 millones de alemanes escuchaban por la radio en ese momento las palabras de Zimmermann, que sólo unos minutos después bramaba completamente fuera de sí por el micrófono: «¡Final! ¡Final! ¡Final! ¡Se acabó el partido! Alemania es campeón del mundo, tras vencer a Hungría por 3-2 en la final de Berna». Un instante eterno.

https://youtu.be/j5RmxL-9pLA (Mira Alemania 1974: El Mundial del Fútbol Total)

Fuente: El Templo de la Bocha

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