Tomás Roncero, el blanco profundo

El mundo del deporte en la capital jiennense vivió un evento especial el pasado 20 de enero con la presencia del célebre periodista Tomás Gómez-Díaz Roncero, quien compartió un coloquio de sinceras palabras en el ambiente tan personal que sólo es capaz de crear un gran comunicador como Antonio Oliver.

Manuel Escudero Fernández.- Frente a frente, rodeados de un público expectante por conocer más acerca de la persona que hay detrás de la mediática figura llamada Roncero, ambos protagonistas iniciaron un diálogo a corazón abierto. El edificio de «1, 2, 3, Emprende», en el marco de las jornadas organizadas por Palabra de Fútbol, fue testigo de palabras extraídas directamente de las entrañas de toda una vida dedicada al periodismo deportivo.

Tomás Roncero demostró durante algo más de una hora de charla que un profesional hecho así mismo se puede permitir la ostentación de llevar a flor de piel la pasión por un color y unos valores. Sí, el intenso madridismo del que hace gala en televisión se entrelaza fuertemente en cada historia de su vida. Desde su vocación por el mundo periodístico cuando sólo era un niño y observaba como los trabajadores de la comunicación podían acercarse a ídolos como Pirri, hasta momentos en los que un sentimiento tan deseado como ver la séptima vestida de blanco pesa más que el protocolo impuesto por un redactor jefe.

Periodista de larga trayectoria, Tomás Roncero es de las pocas figuras en nuestro país curtidas hasta la saciedad en el bello arte de acercar a nuestros hogares la información de innumerables eventos en el ámbito deportivo. Su vida, como cuenta durante la conversación, está plagada de momentos y lugares donde han nacido crónicas y se han cubierto noticias que alimentan la historia inmortal de nuestro deporte. Olimpiadas y campeonatos se acumulan en un currículum cada vez más extenso.

No hay duda de que Tomás desprende sinceridad. La misma allá en la distancia de la popular pantalla que en la cercanía de una silla colocada a escasos metros del receptor. Es titular del sano fanatismo que un día José Antonio Luque le propuso extrapolar de las conversaciones de mesa y mantel a las emisoras de radio, en las que defender la historia merengue es un credo cada día más arraigado ante las injusticias que sufre el madridismo. Y es que, como declara en su intervención: Es falso eso que dicen de que ser del Madrid es fácil. Al revés, todo el que no es madridista es antimadridista. Eso no pasa con el Barcelona.

También deja claro su posición frente a la aparición de personalismos dentro de la institución blanca.

Yo tengo idealizado al Real Madrid, pero no a una persona. Un jugador, por bueno que sea, como Cristiano Ronaldo, no es el Real Madrid.

Aunque reconoce que la persona que más le ha impactado en la historia del club es un paisano manchego que asentó las bases modernas de la institución en los tiempos más difíciles de la sociedad española. Recuerda su imagen grabada en la memoria cuando sólo era un niño: don Santiago Bernabéu presidiendo el palco con su sombrero y figura solemne.

Y es esa idealización del madridismo, construida a base del romanticismo más leal, la que le impide trabajar algún día para el propio club.

Aunque me lo propusieran una y otra vez, no sería capaz de ello, porque cuando trabajas dentro de un organismo empiezas a conocer el interior y aparecerán cosas que no te gusten. Yo soy del Real Madrid, disfruto cuando gana títulos, pero me es indiferente el negocio que se realice.

Cuando la conversación vira hacia cuestiones más personales en las palabras de Antonio, salen a relucir instantes en los que Tomás entremezcla su pasión familiar con el sentimiento blanco, ante la presencia de su encantadora esposa, Lucía.

El mejor momento vivido fue el día de la décima. Aquel gol de Ramos provocó en mí lágrimas de liberación tras un viaje complicado a Portugal en el que, inicialmente, no podía estar al lado de mi mujer y mi hijo. Ese minuto 93 salvó en gran parte la historia europea de épicos finales que siempre le he contado a mi hijo Marcos.

Sin embargo, cuando es cuestionado por el peor momento vivido durante su labor en todos estos años no puede evitar acordarse de Tenerife. Dos desenlaces de liga con idéntica crudeza en el pitido final para el Real Madrid, como si de una irónica maldición se tratase. Aunque es tajante a la hora de matizar que esas dos derrotas pasarán a la historia por el pésimo arbitraje y las condiciones extremas de sol y calor al disputarse en horario inadecuado. Aún si cabe con más sorna resulta saber que le tocó escribir la crónica de esos dos partidos a petición de Pedro Jota.

Llegado el tiempo en el que se inicia el turno del público para dirigirse al invitado, no podía faltar la pregunta estrella: Mbappé.

Tomás es claro al respecto:

Egoístamente me hubiese gustado que viniese porque es un magnífico futbolista que hubiera ayudado mucho al equipo, pero dejar dos veces plantado en el altar al amor de tu vida es difícil de perdonar. Tendría que ofrecer una rueda de prensa en la puerta cero del Bernabéu donde pidiera perdón al madridismo.

Otra de las cuestiones que los asistentes no dejan pasar es la relacionada con la segunda gran pasión de Tomás Roncero: la selección nacional. Tras la última decepción sufrida por nuestro combinado en el Mundial de Qatar, Tomás apunta hacia una fragmentación en la unidad que había conseguido Vicente del Bosque en su día, provocada en gran parte por el difícil carácter de Luis Enrique como seleccionador.

Para finalizar el acto, toman la palabra los presidentes de las peñas madridistas más importantes de la provincia, cerrando un coloquio en el que el invitado parecía sentirse en casa, agradecido por la naturalidad y afabilidad del público jiennense  (incluido el culé) que una vez más demostró la nobleza que le caracteriza. Muestras de cariño, respeto y reconocimiento que acompañaron al gran símbolo del madridismo hasta la salida del recinto.

Tomás Gómez-Díaz Roncero, más allá del personaje impuesto en la mente del espectador en las noches de chiringuito televisivo, demostró ser una persona que insufla coherencia a su vida, enlazando caminos que terminan en el blanco más profundo.

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